VOZ DE LOS SIN VOZ
El derecho a la vida no es un derecho más, sino uno anterior a todos
los derechos, y sobre el que se sustentan todos los demás. Obviamente,
el juicio moral de las políticas desarrolladas por un gobierno no se
circunscribe a la tutela de la vida. La experiencia nos dice que unos
partidos suelen ser más sensibles hacia determinados valores éticos,
mientras que otros lo son hacia otro tipo de valores morales. Pero
cuando lo que está en juego es el mismo derecho a vivir, no cabe
entender que estemos ante una cuestión más, entre tantas otras. Se trata
probablemente del mayor de los dramas morales de nuestra sociedad. Cada
día son exterminadas en España más de trescientas vidas humanas, a las
que se les niega el más elemental de los derechos: el derecho a vivir. Y
esto se hace bajo el amparo de un ley inicua que reconoce el derecho a
abortar, es decir, el derecho a matar.
Si bien el Partido Popular había manifestado mientras estaba en la
oposición su desacuerdo con la ley abortista de Zapatero (2010),
finalmente, ha terminado por asumir la aberración de considerar al
aborto como un derecho humano. (Conviene puntualizar que no existe en el
mundo otro estado que considere el aborto como un derecho en su
legislación). Desgraciadamente, no es la primera vez que se produce una
deriva semejante en el Partido Popular. Los hechos demuestran que la
supuesta «izquierda» es la que termina marcando el camino a la supuesta
«derecha». Cada vez existen menos diferencias ideológicas reales entre
los partidos políticos, dado que han asumido todos ellos los valores del
neocapitalismo, el relativismo y la ideología de género. Alguien dijo
que el pensamiento políticamente correcto de nuestros días, se
caracteriza por ser teóricamente marxista, prácticamente liberal, y
psicológicamente freudiano.
La decisión tomada por el Presidente de Gobierno reabre de una forma
definitiva el debate ya existente desde hace tiempo en el seno de la
Iglesia Católica: ¿Qué tipo de presencia deben de tener los católicos en
la vida política? ¿Es coherente que los católicos se integren en
partidos políticos que acogen en sus programas propuestas diametralmente
contrarias a los valores evangélicos? ¿Pueden los católicos votar a
partidos políticos que están en esta situación, basándose en el
principio del «mal menor»? El tiempo ha demostrado que por el camino del
«mal menor» se termina llegando al «mal mayor». La opción del «mal
menor» solo puede ser acogida por un cristiano de forma circunstancial y
transitoria; sin caer en la tentación de hacer de ella su «santo y
seña». Y es que… Jesucristo nos enseñó a apostar por el bien; no por el
mal menor.
De forma similar a como me consta que un número significativo de
militantes del Partido Nacionalista Vasco se dieron de baja en su
militancia política, cuando su partido asumió los postulados abortistas,
tampoco me cabe duda de que ahora serán también muchos los que hagan lo
propio en el Partido Popular (aunque los aparatos políticos intenten
poner sordina a este hecho). Estamos ante un test importante para medir
nuestra jerarquía de valores: ¿La ideología por encima de los valores
morales? ¿O los valores morales por encima de la ideología? No caben las
componendas; hay que optar.
Los creyentes tienen un serio problema: en el arco parlamentario
actual no existe ningún partido de ámbito estatal capaz de representar
al voto católico. Para decirlo claramente: un católico que aspire a ser
fiel a los principios de la Doctrina Social Católica, no puede votar en
coherencia a los partidos políticos de ámbito nacional presentes en el
actual Congreso de Diputados.
El quehacer de los obispos es la iluminación moral, y no la
conformación de alternativas políticas. He aquí uno de los retos
específicos más importantes de los seglares en este momento. La vocación
de los laicos católicos, a diferencia de los sacerdotes y obispos, es
la de hacerse presentes en la vida pública proponiendo alternativas
políticas, capaces de encarnar de forma coherente en la vida pública los
principios que inspiran la Doctrina Social Católica.
Ni qué decir tiene que aunque estas reflexiones están referidas
prioritariamente a los católicos, son también aplicables a los miembros
de otras confesiones religiosas, e incluso a no pocos ciudadanos no
creyentes que apuestan por la integridad de los valores morales,
incluyendo el de la inviolabilidad de la vida humana en el seno materno.
La cuestión es la siguiente: ¿Quién prestará su voz a los que no
tienen voz? ¿Quién está dispuesto a defender el derecho a la vida de
cientos de miles de inocentes que todavía no pueden hablar por sí
mismos? ¿Y quién ofrecerá a las mujeres embarazadas que están en
situaciones difíciles una alternativa a esa trampa mortal llamada
«derecho a abortar»?
+ José Ignacio Munilla
Obispo de San Sebastián